diciembre 24, 2014

EL VIEJO TRANVÍA DE BARRANQUILLA


Domingo, Diciembre 21, 2014
Por: Walter Bohórquez
Crónica de cómo llegó este medio de transporte a la ciudad cuando en la actualidad Transmetro estudia la posibilidad de su retorno.

Ha vuelto a relucir el tema de un tranvía en Barranquilla como parte del sistema urbano de transporte masivo, proyecto denominado Transmetro II. Lo que quizá la mayoría ignoramos es que durante cerca de cuatro décadas (1890-1927) existió en Barranquilla un tranvía, primer sistema de transporte de pasajeros antes de que fuera reemplazado por los buses actuales. Y aunque ahora parezca rudimentario (un pequeño vagón tirado por mulas), en ese entonces fue considerado un avance extraordinario para la ciudad.
A finales del siglo XIX Barranquilla crecía rápidamente. Elías Pellet, un cónsul norteamericano que había regresado a la ciudad después de 25 años de ausencia, escribía entusiasmado en un famoso artículo de 1892: «La encontré de paja y hoy es de ladrillo». Un poco antes, la Asamblea Constituyente del Estado Soberano de Bolívar otorgó en 1887 la concesión de la explotación del tranvía al empresario cubano Francisco Javier Cisneros, quien al año siguiente emprendió los trabajos que culminaron dos años después, luego de varias interrupciones.
Como era de esperarse, la inauguración del tranvía al anochecer del 26 de abril de 1890 fue un acontecimiento festivo en la ciudad. Miguel Goenaga cuenta en sus crónicas que un vagón iluminado de dos pisos, de los llamados ‘carros imperiales’, jalonado por una locomotora que amenazaba con incendiar las casas de palma, desfiló ante el asombro de los habitantes y la algarabía de la chiquillería. Invitados especiales abordaban el vehículo, cuya marcha era amenizada por una banda de música. No faltaron los incidentes: el vehículo hubo de detenerse para cortar las ramas de los árboles que le impedían el paso en las calles estrechas, y el percance del pasajero que sacó imprudentemente la cabeza por la ventanilla chocando contra un poste del telégrafo y perdiendo una oreja.


Dos rutas hacían el recorrido por las principales calles y puntos claves de la ciudad: la primera, partía de la estación del tranvía, situada al lado de la Estación Montoya. Ambos edificios, y el de los establos de las mulas, hoy restaurados, forman parte del complejo cultural de la Aduana. La línea pasaba por la puerta de la Aduana y seguía por la calle de San Blas (calle 35) hasta el Callejón del Progreso (carrera 41), doblaba al este y atravesaba el Paseo Bolívar y la Plaza de San Nicolás para terminar en el mercado. Esta línea fue ampliada posteriormente tomando la calle de Jesús (calle 37) hasta alcanzar la carrera del Hospital (carrera 35), en donde cruzaba al este hasta la Calle de las Vacas (calle 30) y por esta hasta arribar al mercado.
La segunda línea, llamada de La Floresta, salía también de la estación del tranvía, subía por la carrera de La Luz (carrera 51B) hasta la calle del Dividivi (hoy calle Murillo o 45), recorriendo la parte alta de la ciudad, barrio llamado de Las Quintas, en donde quedaban las casas solariegas de las personas pudientes; doblaba por el callejón del Progreso (carrera 41) hasta la Calle de las Vacas (calle 30), y a través de esta hasta llegar al mercado.



La tracción a vapor pronto fue cambiada por la de mulas, que tiraban de vagones con capacidad para nueve, doce o quince pasajeros sentados. Sobre las causas de este cambio de las locomotoras a las mulas, el historiador Moisés Pineda sostiene que fue fraguada por el propio Cisneros, en asocio con algunos personajes y periódicos de la ciudad, con el fin de poder trasladar las locomotoras y los carros tipo ‘Imperial’ al Ferrocarril de Bolívar, compañía de la cual el empresario también era accionista.
La salida de los viajes al extremo de cada línea se hacía periódicamente y se sincronizaba por teléfono, de tal forma que los vehículos llegaban a la intersección o suiches en el momento preciso para hacer el cruce sin mayor pérdida de tiempo.
Los carros eran abiertos y disponían de cortinas enrollables de madera o de lona que se bajaban para protegerse de la lluvia y el sol. No se permitía fumar en los vagones ni entablar “conversaciones inmorales”, mucho menos se aceptaban personas en estado de embriaguez. Los conductores no podían recibir dinero de los pasajeros ya que estos debían depositar directamente los tiquetes o el valor del pasaje en una caja sellada. Un policía viajaba en cada carro y velaba por el cumplimiento del reglamento.
El nuevo medio de transporte tuvo un éxito inmediato. El viajero Charles H. Emerson escribía (1898): «En algunos puntos de la vía nos tropezamos con carros del tranvía, literalmente atestados de pasajeros o excursionistas». La operación del tranvía con tiro ‘de sangre’, no estaba exenta de percances. Un viajero describe su experiencia al abordarlo: «Yo había entrado al carro frente al almacén de Don Tomás Magri, pero cerca de la iglesia de San Nicolás, es decir, a una cuadra escasa, el matalote renunció absolutamente a seguir con su carga, a semejanza de muchos mimados por el sufragio popular. Los pasajeros tuvimos que bajarnos, no sólo por aligerar el peso, sino por ayudar al postillón a empujar el carruaje, servicio fraternal y gratuito que prestamos gustosamente para demostrar que sí hay en Colombia mucha fuerza animal para hacer andar un tranvía, aunque traten de probar lo contrario los empresarios que sólo buscan escuálidos rocinantes».
El tranvía de Barranquilla persistió en la tracción animal hasta su desaparición en 1927, a diferencia de Bogotá, que en 1910, Medellín en 1921 y Pereira en 1927, dieron el salto a tranvías eléctricos. En 1906, el presidente de la compañía Francisco E. Baena, prolongó la concesión para la modernización de la empresa, que contemplaba el paso a la tracción eléctrica y la extensión de las líneas hasta los municipios de Soledad y Sabanalarga, proyecto que nunca llegó a realizarse.
A comienzos del siglo XX arribaron los primeros automóviles, y poco después, los primeros buses, llamados ‘chivas’ por el característico sonido de las bocinas. La Guía Comercial Industrial y General de Barranquilla (1917) muestra cómo las empresas de buses que ya estaban funcionando en la ciudad cobraban el mismo valor del pasaje (cinco centavos), que el tranvía.
En los años 20 el tranvía pasó a manos del municipio de Barranquilla. Muchos de los vagones eran carros de 30-35 años de antigüedad. El estancamiento en su recorrido y la falta de modernización tecnológica fueron, a la par que el mejoramiento del servicio de buses, causas del declive. El viejo tranvía funcionó hasta 1927, desplazado por las empresas de buses y su evidente obsolescencia. J. Montoya Márquez auguraba su reaparición: “Ya el anticuado servicio de tranvía ha sido reemplazado por uno magnífico de autobuses, con la muy próxima perspectiva del tranvía eléctrico municipal”. Desafortunadamente, esto nunca sucedió. 





1915




EL TRANVIA A VAPOR EN BARRANQUILLA


Autoferro de Barranquilla
 de 1930 de Brookville Locomotora Co. en Brookville, Pensilvania




octubre 30, 2014

LOS RESTOS DEL LIBERTADOR


Cuando el Libertador Simón Bolívar dictó su última proclama, fechada en San Pedro Alejandrino el 10 de diciembre de 1830, concluía la misma sentenciando:
 “si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro“. 
Bolívar no estaba alejado de la gran verdad que ello implicaba si no se daban las condiciones para que bajara tranquilo al sepulcro y descansar en paz para siempre. Sus restos han estado peregrinando desde ese entonces hasta la fecha actual, sin poder descansar en paz. Si observamos los subsiguientes acontecimientos, lo podemos apreciar mejor. Hasta el presente año, partiendo desde 1830, la unión nunca llegó a los países por él libertados y más bien la desunión se ha incrementado como resultado de la fragmentación de partidos políticos, con sus cargas de odio, rencillas, ambición de poder, lo cual ha resultado en constantes guerras civiles a lo largo de nuestra historia venezolana, específicamente, y todas basadas en el ideal bolivariano.

Nos remontamos al año 1830. Simón Bolívar muere el 17 de diciembre de 1830. El Dr. Alejandro Próspero Reverend, su último médico de cabecera, realizó el protocolo de autopsia ese mismo día a las cuatro de la tarde, culminando la misma a las ocho de la noche, encontrándose entre otros datos, que tenía dañado los pulmones y que las pleuras pulmonares estaban adheridas a los costales. Basándose en los resultados de esta autopsia, el Dr. Reverend concluyó que “según este examen es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto S.E. El Libertador, era en principio un catarro pulmonar que habiendo sido descuidado pasó al estado crónico, y consecuentemente degeneró en tisis tuberculosa. Fue, pues esta aficción morbífica la que condujo al sepulcro al General Bolívar… etc.” (La Ultima Enfermedad, los Últimos momentos y los Funerales de Simón Bolívar Libertador de Colombia y del Perú, por su médico de cabecera el Doctor A. P. REVEREND. Ediciones Concejo Municipal D.F. 1983, p. 25 y Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, de Blanco y Azpúrua, Ediciones de la Presidencia de la República, 1978, Tomo XIV, p. 477).


Terminada la autopsia, el cadáver fue trasladado a Santa Marta, a la casa que inicialmente habitó Bolívar (Casa de la Aduana). Se va a proceder el embalsamamiento, pero el único boticario del pueblo estaba enfermo, por lo cual tuvo el Dr. Reverend que hacerlo él solo, con las limitaciones del caso, finalizando al inicio del nuevo día. Hubo problemas hasta para vestirlo, teniendo que usarse una camisa del General Laurencio Silva.

Las exequias se llevaron a cabo el 20 de diciembre. Su primera tumba fue en una bóveda perteneciente a la familia Díaz Granados, al pié del Altar de San José, en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, y sobre su tumba no se colocó ninguna lápida sepulcral que señalara su nombre, a fin de evitar sus restos fueran profanados por sus enemigos, ya fueran colombianos o venezolanos. El odio hacia el Libertador era impresionante por parte de aquellos que se habían confabulados para accesar al poder. Inclusive, hasta tenían planes para desenterrarlo y arrojar sus restos a las profundidades del mar, donde no pudieran ser rastreados y extraídos en el futuro.

En el año 1832, el General Francisco de Paula Santander, a su llegada a Colombia después de haber sido designado como Presidente de la República, visitó Santa Marta y específicamente el sitio donde estaba sepultado el Libertador en un recito tan sagrado como la Catedral. En tono airado pateó varias veces la tumba, exclamando: “Aquí estás enterrado!”. 

En el año 1834, un terremoto asoló Santa Marta, agrietándose la tumba del Libertador, permaneciendo así en el tiempo, sin arreglos. Posteriormente, a finales del año 1837, la tumba se hundió y los enemigos de Bolívar arrojaban tierra y piedras directamente sobre el ataúd, el cual se encontraba a la vista. Los restos de Bolívar no fueron tocados, por encontrarse los mismos en el interior de una caja de plomo, sufriendo sólo magulladuras, pero la caja de madera si sufrió daños, ya que estaba podrida. 

Termina el período presidencial del General Santander, asumiendo la Presidencia de Colombia el Dr. José Ignacio de Márquez, ciudadano bolivariano, cesando de inmediato la persecución a éstos, permitiéndole al Sr. Manuel Ujueta y Bisais, antiguo Jefe Político de Santa Marta, quien en el pasado había cuidado celosamente la tumba del Libertador, regresar de Jamaica y encontrarse con el feo panorama que representaba la tumba del Libertador, en deplorable estado, desde el terremoto de 1834. Inmediatamente, Ujueta corre a la Catedral y como todavía no habían embaldosado el sitio, mandó a suspender la obra y ante la falta de respeto de los trabajadores, que por falta de recursos iban a sellar la urna abierta sin más ni más. Optó por llevar la urna con los restos del Libertador para su casa. 

Esto le trajo consecuencias fuertes, ya que el Gobernador de Santa Marta se le apareció en su casa con una guardia al segundo día, y tras un posible enfrentamiento, tuvo que entregar la urna con los restos, pero los mismos le fueron devueltos al tercer día, ya que un grupo de venezolanos venían a reclamarlos y que para darle cumplimiento a la última voluntad del Libertador, pero con reales intenciones de desaparecerlos en las profundidades del mar.

 Ujueta los enfrentó, contando con el apoyo del Gobernador, quien había preferido pasarle la responsabilidad a Ujueta, quien admite que no estaba seguro si los restos entregados por el Gobernador eran los mismos sustraídos el día anterior. Al cuarto día, ya los trabajos de reparación de la bóveda de la familia Díaz Granados estaban listos, y nuevamente fueron trasladados a la misma, después de haber limpiado la suciedad que tenían los restos expuestos al aire del Libertador. (Escritos de Ujueta, Santa Marta, Colombia, 7 y 8 de agosto de 1843).

En el año 1839, regresa a Santa Marta, su tierra natal, el General Joaquín Anastacio Márquez, antiguo oficial del Batallón Rifles, 1ra. de la Guardia, y tuvo la iniciativa, pagando los gastos por cuenta propia, de disponer la construcción de un nuevo sepulcro para los restos del Libertador, considerando que era el sitio que le correspondía a la magnificencia del Libertador, y se apoyó en el Sr. Manuel Ujueta y Bisais. El sitio escogido fue en la nave central, bajo la cúpula dando frente al presbiterio. Son trasladados a esta nueva tumba en julio de 1839 y fue colocada una lápida de mármol, mandada a hacer en los Estados Unidos, costeada por el mismo General Márquez, citando que allí se encuentran los restos del Libertador de Colombia y el Perú. (Esta lápida se encuentra en la actualidad en el Museo Bolivariano de Caracas). 


En el año 1833, el General José Antonio Páez, Presidente de la República y primer instigador del odio de los venezolanos hacia el Libertador, propone al Congreso Nacional la reinvindicación del nombre de Bolívar, siendo rechazada tal solicitud. El sentimiento antibolivariano está muy fresco aún. Igualmente, el General Carlos Soublette, encargado del Ejecutivo en el período 1837-1839, plantea el mismo asunto obteniendo similar rechazo. Por su parte, los deudos del Libertador habían hecho sus diligencias para traer los restos de Bolívar a Venezuela, accediendo el Gobierno de Nueva Granada a la solicitud de exhumación hecha por Fernando, María Antonia y Juana Bolívar, siendo negado este acto por el gobierno venezolano, alegando que esos restos pertenecían a la nación y sólo ella podía hacerlo.


A partir del año 1840, el nombre de Simón Bolívar es una bandera que mueven los partidos políticos, encontrando eco popular, especialmente en obras teatrales, en las cuales se exaltaba la figura del Libertador. El 5 de julio de 1841, en el aniversario de la independencia, el pueblo exterioriza y exalta apasionadamente el nombre de Bolívar y vitorea a los héroes de la independencia. Ese mismo año, el 28 de octubre, día de San Simón, la aclamación popular es determinante, aumentando su influencia en todos los sectores, tambaleándose la posición oficial de negativa a acceder a la amnistía y traída de los restos de Bolívar al país. 

El 5 de febrero de 1842 se instala el nuevo Congreso Nacional, siendo electo Presidente del mismo el Dr. José María Vargas. Es leído el mensaje del General Páez, Presidente de Venezuela en su 2do. mandato, de solicitud de amnistía y traída de los restos del Libertador como una necesidad nacional, siendo al fin aprobado por el Congreso, dictando el 30 de abril de 1842 el Decreto correspondiente, reconociéndole a Bolívar todos los títulos de honor y gloria decretados por Venezuela y Colombia, ordenando el traslado de sus cenizas desde Santa Marta y otras disposiciones en cuanto a los honores al Libertador.


El Ejecutivo nombró una comisión integrada por los Generales Francisco Rodríguez del Toro, Mariano Montilla y el Dr. José María Vargas para trasladarse a Santa Marta. El 13 de noviembre de 1842, zarpó la goleta de guerra venezolana Constitución, al mando del Capitán de Navío Sebastián Broguier, acompañada de la corbeta francesa Circé y del bergantín mercante Caracas, llevando a bordo a los cadetes de la Escuela de Matemáticas. En Santa Marta los esperaba el bergantín de guerra británico Albatros y el bergantín holandés Venus. 

Los integrantes de la comisión fueron finalmente el Dr. José María Vargas, quien la presidía, el General José María Carreño, el Sr. Mariano Uztáriz y el Presbítero Manuel Sánchez, en virtud de las sucesivas excusas de no poder asistir de otros generales nombrados. Inexplicablemente, al Sr. Fernando Bolívar, sobrino del Libertador, le fué negado el permiso para asistir a Santa Marta porque no había cupo en el buque destinado al efecto.

Una vez en Santa Marta, el acto de exhumación de los restos del Libertador Simón Bolívar se lleva a cabo el 20 de noviembre de 1842, a las cuatro y treinta minutos de la tarde. Se encontraban presentes, además de los integrantes de la comisión venezolana, los comandantes de los buques venezolanos y extranjeros, el General Joaquín Posada Gutiérrez, Gobernador de Santa Marta y Presidente de la Comisión designada por el Gobierno de Nueva Granada, miembros del clero y comisionados neogranadinos, autoridades regionales, la Guardia de Honor, ciudadanía en general y, por supuesto, el Dr. Alejandro Próspero Reverend y el Sr. Manuel Ujueta. 

La Guardia de Honor y comisión del Ecuador no pudo estar presente debido al mal tiempo en la ruta. Al momento se rompe la losa y se renueva la piedra sepulcral. La caja de madera externa estaba deshecha y la caja de madera interna, forrada con plomo, estaba entera, pero con daños visibles. Se abrió la urna y en su interior estaba el esqueleto, pocas prendas de vestir, las cajitas contentivas de las vísceras del Libertador. Los huesos de las piernas y pies estaban cubiertos con las botas de campaña, la derecha entera y la izquierda despedazada; pedazos de galón decaídos se hallaban a los lados de los muslos. Es decir, todo el vestido del Libertador se había pulverizado.

Acto seguido, el Gobernador Posada preguntó en voz alta al Dr. Próspero Reverend y al Sr. Manuel Ujueta si reconocían en estos restos al Libertador de Colombia. Los señalados examinaron los restos, reconociendo el Dr. Reverend el cráneo que él aserró en forma horizontal durante la autopsia para examinar el cerebro, al igual que las marcas oblicuas de la sierra en las costillas. Tanto el Dr. Próspero Reverend como el Sr. Ujueta rspondieron con un "Sí" rotundo a la pregunta hecha por el General Posada.

Casi todos los presentes al acto lloraban en silencio, con respeto ante tal circunstancia tan especial. Varias personas se acercaron sobre el féretro para tomar pedazos de la urna de madera como reliquia del Padre de la Patria, y hubo algunas, que inclusive sustrajeron huesos pequeños sueltos de la urna.

 Posteriormente, los huesos se acuñaron con cojines de seda, cubriéndolos con una sábana para evitar se desordenaran. Mientras tanto, algunos habitantes de Santa Marta mostraban su ira en las afueras, considerando tal acto como una profanación, simultáneamente confundidos con los honores que se le rendían al Libertador. Se levantó un acta de la exhumación, agregándose a la verificación de los restos, que desde el año 1830 y subsiguientes, no hubo otra sepultura en la Catedral. 


Posteriormente, los restos fueron cuidadosamente colocados en una urna cineraria que la Nueva Granada consagró a tal fin. Dicha urna fué colocada en un catafalco sencillo y custodiado por la Compañía del Batallón Nro. 9, presentes en el lugar. La ceremonia terminó aproximadamente a las ocho de la noche, aunque las puertas del templo permanecieron abiertas hasta las diez, permitiéndosele a la población rendir su último tributo al Libertador. Esa misma noche, el General Joaquín Posada entregó al Dr. José María Vargas una solicitud en la cual la Nueva Granada pedía dejar en el mismo sitio del sepulcro en Santa Marta, la urna contentiva con el corazón de Bolívar. Tal solicitud fue aceptada de inmediato.

Al día siguiente, 21 de noviembre, continuaron los honores al Libertador. Pasada las cuatro de la tarde, se inició el cortejo fúnebre hacia el muelle. El féretro era cargado en hombros por los oficiales y vecinos, quienes se alternaban dicho honor. Las ventanas y puertas de la ciudad mostraban luto y un silencio marcaba el respeto de la procesión, roto únicamente por el rugir de los tambores de la banda marcial del batallón, la cual abría la marcha. La población acompañaba los restos del Padre de la Patria hacia su destino final. En el muelle se rindieron los últimos honores y el General Posada dirigió la sentida alocución de despedida, la cual no pudo terminar debido a lo emotivo del momento.


Le correspondió al Dr. José María Vargas responder al General Posada. Fueron colocados los restos en una falúa de la goleta Constitución, la cual fue escoltada hasta dicha goleta y ésta a su vez escoltada por los buques venezolanos y extranjeros. Pero el traslado no fue del todo tranquilo como se deseaba. La nave Constitución encalló el 7 de diciembre en la isla Gran Roques, bamboleándose y amenazando con hundirse, llevándose consigo los restos del Libertador. Pasado el gran susto, logran arribar al puerto de La Guaira el 13 de diciembre de 1842, manteniéndose allí hasta el día 15, cuando se produjo el desembarco de los restos del Padre de la Patria. Al fin se había cumplido su última voluntad.

RESUMEN

Casi ciego, enfermo de muerte a sus 54 años y con toda la grandeza de su lealtad, escoltaba el General en Jefe Rafael Urdaneta al féretro con los restos repatriados de Simón Bolívar,  luciendo por última vez el uniforme de la Libertad la tarde del 17 de diciembre de 1842. Cojeaba de una pierna por un balazo traidor en campo de batalla, portaba el sable y en su pecho brillaba la Orden de los Libertadores. 

Así se le vio, al frente de esta honrosa comisión, el día en que se cumplía el deseo del más grande hombre de América: ser sepultado en Caracas, su ciudad natal. Ocupaba la vanguardia, como lo hizo en las 27 batallas que libró en 35 años de carrera. Urdaneta honraba una vez más a su héroe y amigo, al general que conoció en la Campaña Admirable, y quien lo inspiró a conquistar la gloria sin más recompensa que el deber cumplido.

El presidente de la República José Antonio Páez había ordenado acatar la instrucción testamentaria de Bolívar y designó una comisión para la repatriación de los restos. El doctor José María Vargas fue el jefe del grupo que viajó a Santa Marta, en cuya catedral reposaba el Libertador. Le acompañaron los generales Francisco Rodríguez del Toro, Mariano Ustáriz, José María Carreño y el sacerdote Manuel Cipriano Sánchez. La comisión venezolana organizó toda la logística para que su siembra en Caracas ocurriera el 17 de diciembre.

La nave que zarpó a finales de noviembre hacia su noble misión se llamó Constitución, al mando del Capitán de fragata Juan B. Baptista. Luego seguía la corbeta Circe, al mando de Jules Ricard y detrás le seguía el bergantín El Caracas a las órdenes de Mr. Wheeler.

Urdaneta, alentado por el fervor militar y popular del momento, dedicó horas de trabajo a la preparación de las honras que comenzarían desde el mismo Caribe samario y por toda la ruta hacia Venezuela. Se quedaría en Caracas para reagrupar a sus huestes libertadoras y garantizar una ceremonia militar de Estado. Una vez en La Guaira, el retorno solemne del Libertador sería bañado con los aplausos y vítores de su pueblo.

En Colombia, la comisión acudió al panteón de la familia Díaz Granados en la Catedral de Santa Marta, donde fueron depositados los restos de Bolívar. A las 5 de la tarde del 20 de noviembre de 1842, los eminentes médicos iniciaron los protocolos de la exhumación. Afuera, las casas de Santa Marta vestían crespones negros en señal de luto. Toda la operación médica y científica demoró hasta entrada la noche.

Los restos fueron embarcados el día 21 en la goleta Constitución, con una vistosa ceremonia fúnebre que siguió aguas adentro, mientras se alejaba la nave de las costas de Santa Marta por el mar Caribe. 

Para el 13 de diciembre estaban frente a La Guaira, esperando varias embarcaciones nacionales y extranjeras con sus banderas a media asta, para agregarse al gran cortejo naval.

El general de brigada Juan Uslar llegó de Valencia con lágrimas en los ojos, portando el uniforme con el que combatió al lado de Bolívar. Los restos pernoctaron en la iglesia del puerto de La Guaira ante una multitud que no cesaba en honrar al Libertador en el histórico acto.

El día 16, según lo programado, el sarcófago emprendió su camino a Caracas en medio de una extraordinaria procesión. Iba en un carruaje construido en París por instrucciones del coronel Agustín Codazzi. Las casas y calles de la pequeña ciudad se mostraban de luto.

Dos cuerpos de caballería, uno de infantería del ejército regular y un tercer cuerpo de caballería armado, equipado con los mismos atuendos llevados en Junín, las Queseras del Medio y el Pantano de Vargas, como lo describe el historiador Camilo Riaño, acompañaban el paso de Bolívar a la entrada de su natal Caracas. Urdaneta marcha a la cabeza de su Estado Mayor. Tenía mucho tiempo que no daba órdenes militares, pero su voz se escuchó fuerte ante el regimiento, como en aquellos días de la Campaña Admirable.

Estaba agobiado por un terrible dolor producto de un cálculo en la vejiga difícil de extraer con los métodos médicos de la época, pero el momento le insuflaba valor para resistirlo. Por su mente pasaron recuerdos vívidos de su amigo y compañero de batallas. Su determinación, su carácter, su don de líder, pero también sus frustraciones, sus angustias y los desvelos que lo condujeron a una muerte temprana.

Urdaneta recordaría aquel enfrentamiento que él mismo tuvo con Páez en junio de 1826 y que registró O´Leary justo cuando el llanero temía que Bolívar entrara a Venezuela por considerarlo un rival político:

 “Es necesario advertir que el general Bolívar actualmente no pertenece solo a Colombia; él es un ente que pertenece a todo el mundo. Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el porvenir de los héroes. El Libertador, con un pie en Colombia tiende sus brazos sobre dos repúblicas más y la órbita en que gira su cabeza abraza todo el globo. ¿Quién ignora la existencia de Bolívar en el mundo civilizado? ¡Nadie, Nadie compañero!”. 

Urdaneta estuvo claro siempre en que Páez no medía la distancia épica que los separaba, que sería el tiempo el que le demostraría al Bolívar grande que ignoró.

La procesión de los héroes, con Urdaneta al frente, acompañó los restos a su pernocta en la iglesia de la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional. La negra Matea, su nana, ya de 69 años, marchó también libre de la esclavitud, pero al abrigo de la familia Bolívar por decisión propia. Todos eran devotos de la Santísima Trinidad, de allí el nombre de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, y el panteón familiar que existe en la Catedral de Caracas también lleva ese nombre. Allí reposan actualmente los padres de Bolívar, su esposa María Teresa y quien fuera un símbolo de amor maternal hacia el niño Simón, Matea.

En Caracas se designaron grupos para montar guardias de honor y el sábado 17 de diciembre fecha que conmemoraba su muerte, los restos fueron trasladados hacia la iglesia de San Francisco cumpliendo un estricto protocolo. 


El pueblo de Caracas acompañó a su hijo detrás del carruaje construido en París según instrucciones del coronel Agustín Codazzi; todas las calles, casas y ciudadanos mostraban riguroso luto. José Alberto Espinosa, Canónigo de la Catedral y rector de la Universidad de Caracas leyó un discurso en el que recorre la vida del más grande de los americanos.

Urdaneta pudo ver consumado el deseo de Bolívar y se congratuló de formar parte indispensable en las honras que Venezuela le prodigó a su Libertador. El 23 de diciembre de 1842 se cumplió el traslado en hombros de sus edecanes y oficiales desde el templo de San Francisco hasta la Catedral de Caracas. Allí reposarían hasta el 28 de octubre de 1876, cuando fueron trasladados definitivamente al Panteón Nacional.

En el 2013 pasaron al Mausoleo, que en su memoria se construyó en la capital venezolana.


Catre donde murió Bolívar 








ÚLTIMOS HONORES AL LIBERTADOR




RELACIÓN HISTÓRICA DE LOS ÚLTIMOS HONORES HECHOS
"AL LIBERTADOR DE COLOMBIA"




Por Raúl Ospino Rangel

El 17 (de dic. de 1930) corriente a la una de la tarde, falleció de muerte natural el Exmo. Sr. Libertador de Colombia Simón Bolívar. En medio de varios amigos suyos y antiguos compañeros de sus glorias cerró sus ojos para siempre en la quinta llamada de San Pedro, distante una legua de la ciudad de Santa Marta. 

Inmediatamente se hizo por la fortaleza del Morro la señal de tres cañonazos, y ésta fue sucedida de uno cada día hora hasta que se sepultó el cadáver, como parte de los honores fúnebres que manda la ordenanza en estos casos.

 Verificado por el facultativo el reconocimiento del cadáver de S. E., y hecha la disertación que en copia certificada se adjunta, se le trasladó a la ciudad como a las ocho de la noche, y se depositó en la casa de Aduana donde estaba preparada de antemano. 

Allí se embalsamó, y colocado después en la sala principal del edificio con el aparato fúnebre, si no correspondiente a tan distinguido personaje, al menos proporcionado a los recursos del país, quedó expuesto al público que anhelaba por conocerle y admirarle. 

Un concurso numeroso de todas clases y sexos ocupaba frecuentemente la casa de día y de noche, y no había uno que no lamentase la muerte prematura del Héroe. 

Fijado el día 20 para dar sepultura al cadáver, se ejecutó en orden siguiente:

 Tendida en ala la milicia de la ciudad por las calles por donde debía pasar el entierro, y puesta sobre armas la guardia de S. E., comenzó la procesión a las cinco de la tarde precedida por los caballos del difunto general con caparazones negros, llevando sobre ellos las iniciales del nombre de S. E., sin los cuatro cañones de campaña ni destacamento de artillería que previene la ordenanza por no haberlos en la plaza; en el orden de marcha seguía el sargento mayor de ésta a caballo, y detrás un coronel y un primer comandante también montados, todos tres con espada en mano; después marchaba una compañía del batallón Pichincha, luego las parroquias de la ciudad, y el cabildo eclesiástico sin asistencia del ilustrísimo Sr. Obispo por hallarse enfermo, y en seguida el cadáver del Libertador vestido con insignias militares y conducido por dos generales, dos coroneles y dos primeros comandantes; detrás del cadáver el comandante de armas de la plaza y sus respectivos estados mayores, luego la guardia de S. E., compuesta también de otra compañía del batallón Pichincha con bandera arrollada y armas a la funerala, y después de ella oficiales no empleados y magistrados y ciudadanos de Santa Marta, presidiendo a éstos el gobernador de la provincia, quien llevaba a su derecha uno de los albaceas del difunto General. Desde la casa en que estaba depositado el cadáver de S. E. hasta la puerta de la catedral recibió todos los honores que la ordenanza señala a los capitanes generales del ejército. Un silencio religioso y un sentimiento profundo se notaban en el semblante de todos los que presenciaban la triste ceremonia del entierro del Libertador de Colombia, y las músicas sordas de los cuerpos, junto con el lúgubre tañido de las campanas parroquiales, y el canto fúnebre de los sacerdotes de la religión, hacían mas melancólico el deber de dar sepultura al Padre de la Patria.




 Llegado en fin, el entierro a la Santa Iglesia Catedral, se colocó el cadáver en un túmulo suntuosamente vestido, y allí tuvieron lugar los últimos oficios fúnebres. Las compañías de Pichincha y guardia de S. E. y la fortaleza Morro hicieron sus respectivos descargues en el tiempo que previene la ordenanza, y concluida la función, S. E. 

Fue colocado en una de las bóvedas principales con las precauciones necesarias para su conservación, desfilando seguidamente las tropas a sus cuarteles. Allí reposarán los restos venerados del Genio de la Independencia, hasta que pueda cumplirse su voluntad de trasladarlos a su país nativo. No habiendo en la plaza de Santa Marta tropas suficientes, piezas de artillería ni otros recursos preciosos para enterrar a S. E. con todo aquel aparato y pompa que previenen las ordenanzas del ejército, la comandancia general ha tenido que pasar por la doble pena de no haber podido tributar a S. E. todos los honores que por su graduación le correspondía, y que eran tan justos y tan dignos de sus virtudes y heroicos servicios.

Santa Marta, diciembre 24 de 1830.

El secretario de la comandancia general del Magdalena.

J. A. CEPEDA.

Es copia: Cartagena, enero 12 de 1831.
El secretario de la prefectura, 
CALCAÑO


octubre 29, 2014

LA PARTIDA DE DEFUNCIÓN DE SIMÓN BOLÍVAR


La partida de defunción de Bolívar, un papel amarillento, representa uno de los hallazgos más importantes de los últimos tiempos fue encontrada en el obispado de Santa Marta el 19 de Febrero del 2010

Por Raúl Ospino Rangel

En el Palacio Episcopal de la Diócesis de Santa Marta, se encuentra una de las reliquias valiosas en documentación con la que cuenta Santa Marta: La Partida de Defunción del Libertador Simón Bolívar. 

Este documento histórico hallado por el historiador plateño William Hernández Ospino un 19 de febrero del 2010, en una caja fuerte en la Catedral de Santa Marta en el año 2010, fue restaurado gracias al apoyo financiero de la familia Char Abdala y contó con el respaldado del Archivo Histórico de la Diócesis de Santa Marta.

También hace parte del hallazgo histórico, la Partida de Bautismo de José Catalino Noguera, escribano de la última proclama y dos cartas originales de Manuel Murillo Toro dirigidas al obispo Manuel Redondo y Gómez.



Bolívar recibía el sacramento de la Extrema Unción


El historiador colombiano William Hernández Ospino halló en los archivos de la Catedral de Santa Marta el acta de defunción del Libertador Simón Bolívar. Hernández, que trabaja en la restauración de los archivos de la Catedral, encontró el documento en un libro de actas . 


El acta de defunción de Bolívar fue levantada por el presbítero José María Arenas el 20 de diciembre de 1830, tres días después de que el venezolano que liberó cinco naciones falleciera en la Quinta de San Pedro Alejandrino, de la ciudad de Santa Marta. 

El libro que contiene el histórico documento era guardado celosamente por más de un siglo, en una caja fuerte herméticamente sellada y que estaba en una habitación del segundo piso Palacio Episcopal. 

Se detalla que la hoja de papel amarillento está escrita a tinta y que pese a que está maltratada por el paso del tiempo, es legible y se convierte en un "tesoro" histórico.

La partida estuvo guardada durante mucho tiempo en una caja fuerte, calculo que más de 100 años, no creo que con mala intención sino con el deseo de protegerla, pero una caja fuerte no tiene el clima adecuado para la conservación de un documento de 179 años", asegura Hernández. 

Para sacarla nuevamente a la luz fue necesario conseguir un cerrajero porque aunque tenían la certeza que allí estaba el valioso documento, no tenían llaves para abrirla. 

Además, este sería el "documento oficial" que certifica la muerte de Simón Bolívar y despeja las dudas que sobre el histórico hecho persisten. 

El obispo de Santa Marta, Ugo Puccini, señaló que desconocía que ese documento estuviera en la Catedral. 

Un proyecto del historiador Hernández busca restaurar éste y otros elementos encontrados en sus excursiones a los archivos de la Catedral. 

Además del acta de defunción de Bolívar, el historiador encontró en los archivos del templo el decreto original que otorgó el título de "Mariscal de Campo" al español Pablo Morillo, conocido como el "Pacificador", y enviado por la Corona para luchar contra el movimiento independentista y quien tuvo la difícil misión de reconquistar todas aquellas provincias americanas rebeldes a la Corona Española.

Igualmente fue hallado el texto del primer armisticio que celebró España con las fuerzas independentistas, que lleva la firma de Antonio José de Sucre en 1820. 

En su interior también hallaron otros documentos históricos como la partida de defunción de José Catalino Noguera, quien autenticó el testamento del Libertador que se encontraba en la Notaría Primera de Santa Marta y posteriormente fue trasladado a Caracas.

Asimismo, se encontró la corona original de la Virgen de la Inmaculada Concepción, que data del año 1630 y que probablemente fue retirada de la Catedral y guardada en lugar seguro ante los constantes saqueos de piratas y de las propias fuerzas reales españolas.







Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco mas conocido como Simón Bolívar nació en Caracas (Venezuela) el 24 de julio de 1783 y murió a los 47 años en Santa Marta, al parecer víctima de una tuberculosis. 

Los restos del Libertador de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, permaneció en Santa Marta hasta 1842, cuando fue llevado a Caracas.

El presidente de la Sociedad Bolivariana del departamento de Magdalena, Ramón Palacio, calificó de "trascendental" el hallazgo por el valor histórico del documento. 

El papel fue encontrado dentro de una caja fuerte que prácticamente estaba olvidada en una bóveda de la catedral y apareció en desarrollo del trabajo de restauración que encabeza el historiador William Hernández.  

El documento está en el folio siete del libro 13 de actas de defunciones de 1830. El Libertador falleció el 17 de diciembre de ese año en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en esa ciudad colombiana. 

El acta lleva la firma del presbítero José María Arenas y es todavía legible, aunque está muy deteriorada por el paso del tiempo. 

"Es un documento trascendental porque ahí se evidencia que fue el Libertador el que murió y no otro", dijo Palacio. 

El historiador que hizo el hallazgo dijo que el proyecto de digitalización, indización y restauración de los archivos parroquiales de la Diócesis de Santa Marta, en el que trabaja desde hace meses y en el marco del cual encontró el acta, busca recuperar gran parte de la memoria de la ciudad.



CONTENIDO DEL DOCUMENTO


“ José María Arenas Presbítero Cura interino del sagrario de esta Yglesia Catedral de Santa Marta = Certifico: que en uno de los Libros Parroquiales que están a mi cargo en donde se sientan las partidas de entierros al folio doce de la vuelta se halla una cuyo capitulo es como sigue = En el año del Señor de veinte de Diciembre de mil ochocientos treinta, yo el Presbítero José María Arenas Cura interino del Sagrario de esta Santa Yglesia Catedral de Santa Marta certifico: que el Señor Dean dignidad Doctor José Antonio Pérez en unión del Ylustrísimo Cabildo de esta dicha Santa Yglesia dio sepultura Eclesiastica en una bobeda de la referida Catedral al cadáver del Eccelentísimo Señor General Libertador de la República de Colombia Simón Bolívar, natural de la ciudad de Caracas viudo de la Señora Teresa Toro, al cual habiendo hecho su testamento, se le administraron todos los Santos Sacramentos,  llevó entierro mayor con siete posas gratis al que concurrieron todas las corporaciones, Generales de Exercito; oficiales y demás sujetos de esta Ciudad con asistencia del clero y Señores Curas comarcanos; y para que conste lo firmo = José María Arenas = 

Es copia sacada del libro cuarto en donde consta original. Yo a pedimento de parte interesada doy la presente que firmo en Santa Marta a cuatro de mayo de mil ochocientos treinta y uno.

 = José María Arenas= 

Los Escribanos públicos de esta ciudad que suscribimos certificamos y damos fe: que el Presbítero Señor José Arenas, de quien aparece dada la anterior certificación es como se titula en el encabezamiento de ella en actual ejercicio, fiel, legal, y de toda confianza, y la firma que al fin dice José María Arenas, es del puño y letra de dicho Señor, y la que usa, dándosele la fe necesaria en derecho. Y para que conste ponemos la presente en Santa Marta a cuatro de mayo de mil ochocientos treinta y uno = 

Miguel A de Zuñiga Escribano = 
José Catalino Noguera Escribano”


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Archivo histórico expondrá acta de defunción de Simón Bolívar




Un viaje a la historia y a la partida del padre de la patria realizará el archivo histórico del Magdalena en el evento que expondrá el acta de defunción del Libertador Simón Bolívar.

Mañana jueves en las instalaciones del Palacio Episcopal, donde funcionan las oficinas y el laboratorio de investigación del archivo histórico, las personas podrán apreciar el acta que expone el momento de la partida del Libertador, Simón Bolívar, que en 1830 un 17 de diciembre murió en esta ciudad.

En el evento se exaltará al obispo de Santa Marta Ugo Eugenio Puccini Banfi, quien fue uno de los cultores del archivo y laboratorio de investigación.

William Hernández, gerente del proyecto de restauración del Archivo Histórico de Santa Marta e historiador de la ciudad, le dijo a EL INFORMADOR que este evento será con el objetivo de reconocer el arduo trabajo del obispo y exponer los detalles de la restauración de uno de los documentos más apetecidos por los amantes y profesionales de la historia.

El historiador dio detalles del proceso de restauración del documento aludiendo que en la ciudad de Bogotá en el archivo nacional, un grupo de restauradores ayudaron a que en la ciudad se pueda tener el acta de defunción de Simón Bolívar para el público.

"Fue enterrado en una bóveda de la catedral de Santa Marta el excelentísimo señor general de Caracas, viudo, aquí consta que estuvo casado con Teresa Toro, que a partir de ahí se dedicó a luchar por la emancipación de América de la monarquía española, aquí a partir de esta partida de defunción, se constata que le rindieron los honores que le correspondían. Los promotores que este archivo se esté dando y le entreguemos estos documentos de valor incalculable es gracias al trabajo del obispo Ugo Eugenio Puccini Banfi, este es uno de los legados que le delega al mundo", dijo el historiador.

Así mismo en el archivo histórico se pueden encontrar documentos como el acta de bautismo de José Catalino Noguera, escribano a quien el libertador Simón Bolívar le dictó la última proclama y su testamento y dos cartas originales de Murillo Toro en donde le decía al obispo de la época, Manuel Redondo y Gómez, que le entregaba el proceso del presbítero ocañero Alejo María Buzeta, quien estaba siendo enjuiciado por apoyar las campañas libertadoras de Bolívar. Éste rebelde por buscar la libertad de España y del rey Fernando VII, quien después fue considerado un prócer de la independencia, acompañó a Bolívar para lograr la libertad de Caracas.

"Acá reposan cédulas originales que otorgó la Corona Española a ciudades que iban siendo creadas a orillas del río Magdalena y que se iban dando en el virreinato", dijo Hernández.

La restauración de los cuatro documentos legítimos tuvo un costo aproximado de casi $200 millones, dado por la familia barranquillera Char Abdala.


ARCHIVO HISTÓRICO DE LA DIÓCESIS DE SANTA MARTA
AGOSTO DEL 2014


VÍDEO SOBRE EL HALLAZGO:








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