marzo 08, 2016

LOS TRASLADOS DEL LÍBERTADOR


Traslados desde la Catedral al Panteón
En Caracas


El 6 de diciembre de 1830, el Libertador llegó a la quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, propiedad del ciudadano español Don Joaquín de Mier y Benítez, el doctor francés Alejandro Próspero Reverend , al atenderlo por primera vez, diagnosticó: "Cuerpo flaco, voz ronca, digestión laboriosa, tos con esputos……….las frecuentes impresiones denotan padecimientos morales". El día 10 recibió los auxilios religiosos suministrados por el Obispo de Santa Marta Monseñor José María Estévez, igualmente dictó el Testamento y su Última Proclama, era su deseo que lo enterraran en Caracas; hubo que esperar doce años para que se cumpliera su voluntad. 

RAFAEL CELEDÓN ARIZA: EL OBISPO POÉTA



El ilustrísimo Doctor 
Rafael Celedón Ariza
“El obispo poeta”
1833-1902

Su eminencia el señor Obispo Rafael Celedón Ariza, nació en la ciudad de San Juan del Cesar, Cantón Cesar, Provincia de Riohacha, República de la Nueva Granada, el 3 de septiembre de 1833, bautizado el la Parroquia de San Juan Bautista de San Juan del Cesar, el 5 de septiembre de 1833, ceremonia presidida por su propio abuelo el padre Miguel Jerónimo Celedón; hijo de Don Nicolás Ariza Basabil, y Doña María Rosario Celedón Herrera; debido a su orfandad tanto maternal como paternal, su educación estuvo a cargo de su tío el cura Agustín Celedón Herrera hasta obtener el título de abogado en la universidad del Rosario de Santa Fe de Bogotá y después toma la decisión de ponerse al servicio del Señor, llegando al cargo de obispo de la Diócesis de Santa Marta, en la que su misión pastoral termina con su muerte el 10 de diciembre de 1902, estando en la Cruz de Abrego, Norte de Santander.


Don Rafael Celedón entre 1891 y 1902 fue obispo de Santa Marta, preconizado el 17 de Diciembre de 1891. Se dice que su tío Agustín Celedón, presbítero, había prometido costear los estudios de su pariente Luis Gutiérrez, pero habiendo muerto este en la provincia de Padilla durante la guerra civil, es elegido Celedón para ese beneficio del cual siempre estará agradecido con su tío, haciendo a su vez otro tanto con su sobrino José Barros.

El ilustre prelado don Rafael Celedón es uno de los más grandes poetas y escritores de la provincia de Riohacha. Fue ordenado sacerdote en Panamá el 23 de Septiembre de 1865. El entonces vicario de la Diócesis, monseñor Vicente Arbeláez lo invita a regresar a su tierra y lo nombra párroco de Fonseca. De allí es trasladado a Riohacha donde se dedico a evangelizar los indígenas de la alta guajira y de la Sierra Nevada, hoy territorio de la diócesis. Trabajó sobretodo con los arhuacos. En 1877 es nombrado rector del seminario. Viaja a Estados Unidos y después de su regreso se hace cargo de la parroquia de Santa Ana de Ocaña de donde saldrá obispo de Santa Marta. Como obispo dedica muchos esfuerzos a la misión de la guajira y de la Sierra Nevada.

En el año de 1867 fue nombrado Vicario Apostólico de Santa Marta, Monseñor José Romero, quien recibió la consagración episcopal en la Habana a donde había sido desterrado. En 1868 creo la denominada “Misión Diocesana” para la civilización de los guajiros, confiándole al clero Diocesano y nombrando al frente de la misma al padre Rafael Celedón, quién más tarde sería su sucesor en el obispado de Santa Marta.

“En agosto de 1892, el Obispo Rafael Celedón hace su primera visita pastoral a la provincia de Ocaña. Al igual que lo habían hecho otros personajes, El doctor Celedón ingresa a Ocaña por el Alto de la Camarona y es recibido por el pueblo católico, según nos dice J.J. Páez: “En el punto nombrado Martinete, barrio de San Agustín, se encontraba un elegantísimo altar preparado para que se revistiera el prelado; y allí, engalanado con sus vestiduras pontificales, fue recibido, en la tarde del día 14 de agosto último, por el señor vicario de esta ciudad y conducido bajo palio bordado de oro que llevaban los miembros del concejo municipal y las principales autoridades de la provincia…” Así lo expresó el Académico Luis Eduardo Páez García en la Revista de la Academia de Historia de Ocaña. 


El 11 de Junio de 1893 ordena sacerdote al sanjuanero Manuel Antonio Dávila Paredes que vivió mas de cien años y ejerció el ministerio por mas de ochenta.


El escritor colombiano doctor José Manuel Manjarrés, en su estudio sobre el doctor Rafael Celedón publicado en Bogotá (imprenta de San Bernardo) en 1917 dijo:

“Yo no puedo hablar de Rafael Celedón sino con mucho recogimiento. La evocación de su recuerdo me convida a meditar. Su memoria es reliquia sagrada para mí; en las íntimas veladas, a la luz de la lamparilla del hogar, del amoroso y dulce hogar de mis padres, oía de boca de éstos los mayores elogios y ponderaciones respecto del señor obispo de Santa Marta, de suerte que aprendí a amarle sin conocerle, a venerarle sin poder hacer cuenta de sus virtudes, a admirarle sin haber leído sus obras portentosas”.

El obispo Rafael Celedón entre sus obras publicadas tenemos: “Pastoral” Editada por J. B. Cevallos 1.892;Pío IX el Concilio Vaticano; Gramática Catecismo y vocabulario de la lengua goajira.

Paul S. Frank en el libro Cien años en el estudio del Ika dijo:

"El Monseñor Rafael Celedón (1833-1902) era natural de norte de Colombia. Estudio derecho en Bogotá; después de regresar al norte de Colombia, perdió todo lo que tenía en la guerra de 1860 y huyó a Lima, Perú donde estudió para el sacerdocio. Regresando a la península Guajira, empezó a evangelizar la gente guajira.

Aprendió su idioma y publicó su primer trabajo lingüístico, Gramática goajira en 1878. Más tarde se mudó para Santa Marta, viajó para los Estados Unidos por razones de salud, pasó un año en la isla de Santo Domingo y visitó Europa. A su regreso en 1886 se le nombró Obispo de Santa Marta y emprendió la catequización de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Celedón publicó la Gramática de la lengua Köggaba, con vocabularios y catecismo y un vocabulario Español Guamaka, Chimila y Bintukua (1886), Vocabulario de la Lengua Atanquez, y vocabulario de la Lengua Bintukua, presentado en el Congreso Internacional de Americanistas en París en 1890 y publicado en 1892.

El Vocabulario de la Lengua Bintukua contiene 630 vocablos organizados alfabéticamente por el español. La introducción al estudio solamente nota que el idioma, que él llama Bintukwa, se habla en San Sebastián, que Isaacs también identifica como el pueblo central de este grupo indígena. No hay una explicación de los símbolos usados, pero la transcripción conforma a la ortografía del español con unas excepciones. Como Isaacs, Celedón utiliza la k en vez de la c/qu del español. Se usa la ü como en el español para indicar [w] en la secuencia güi [gʷi], así que gui y gue (sin dieresis) se interpreta [gi] y [ge]. Celedón también utiliza ü para indicar [w] en palabras como küian ‘cavar’ y imüisan ‘desenvolver’ (aunque la vocal representada por üi en la segunda palabra es probablemente [ɨ]). ö parece representar [ʌ] o [ɨ]. Celedón utiliza la tilde para indicar el acento, usándola en la mayoría de los casos y, distinto a lo que hace Isaacs, sí indica el acento cuando cae en la sílaba penúltima. Unas pocas palabras tienen un saltillo ( ' en la lista de palabras que sigue), la función del cual no está clara."

En el boletín del Museo del Oro, No. 17 de agosto- diciembre de 1986, en un escrito que lleva por título “Pionero de la Antropología en Colombia: Rafael Celedón”, el doctor Carlos Alberto Uribe T, del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, expresó: El 30 de agosto de 1876 en el pueblecito Kogi de Santa Rosa de la Nevada, el presbítero, el misionero, el protolingüista Rafael Celedón, se inspira y toma la pluma para escribir su oda a "La vida del arhuaco "

"¡Qué sosegadamente 
Pasan la vida entre su verde sierra, 
Do nunca ha habido guerra, 
Estos hijos de Dios, de la corriente 
Del arroyuelo al ruido, 
Que ora parece canto, ora gemido! 
Lentamente abandonan 
(Que no les insta la ambición), el ralo 
Chinchorro, su regalo, 
Cuando lomas y oteros se coronan, 
Y ríe la pradera, 
De la alborada con la luz primera. 

Entonces, ¡ay! entonces 
Si supieran oraran ¡pobrecillos! 
Ya lo harán sus chiquillos... 
Mas al llamarlos el sagrado bronce, 
Vuelan al templo santo, 
Y oyen la Misa con visible encanto. 

Costumbre veneranda 
Sepáralos en él: a la derecha 
El varón, y quien hecha 
Fue del hueso de Adán, a la otra banda. 
¡Bendito el misionero 
Que introdujo esta práctica el primero!". 


Los méritos poéticos de la oda de Celedón pueden resultar dudosos, sobre todo vista a la luz de nuestros modelos estéticos, pero en todo caso ella nos revela facetas interesantes de su autor. La más obvia es quizás la fascinación del presbítero con la belleza incomparable del paisaje de la Sierra Nevada, esa "...excelsa Nevada,/ Que afirma el pie en la espada del Atlante, Yergue la frente límpida hasta el cielo... -, como nos la describe en una estrofa posterior. Fascinación de la que, por lo demás, tampoco escaparon otros viajeros que como el conde José de Brettes, el geógrafo alemán Wilhelm Sievers, el explorador y naturalista francés Eliseo Reclús y el poeta y novelista colomno Jorge Isaacs, también recorrieron este peculiar macizo montañoso durante las postrimerías del siglo XIX. Pero Celedón también se maravilla de la inocencia y felicidad envidiables que ve en los "arhuacos" nativos, esas almas en las que el presbítero cifra sus esperanzas cuando sean encaminadas otra vez al rebaño de Dios v se siga la obra misional va iniciada desde los tiempos de San Luis Beltrán. 

Y es que el padre Celedón continuó en el norte de la moderna Colombia esa estirpe de misioneros que desde los albores de la América Española comprendieron que su tarea debía necesariamente apoyarse en un conocimiento doble: de las costumbres de los nativos y de sus lenguas. Algunos prefirieron registrar sus observaciones sobre los modos de vida locales y relatar las gestas de los conquistadores, colonos y misioneros, y se convirtieron entonces en Cronistas. Otros, por su parte, decidieron aprender y capturar por escrito las palabras de los extraños idiomas amerindios, para verter luego los misterios y enseñanzas de la religión importada en los catecismos que debían aprender los nuevos neófitos. Estos últimos fungieron de "lingüistas de la fe; cuyos descendientes todavía se encuentran entre nosotros. En el padre Celedón confluyeron tanto el cronista como el lingüista.

El padre Celedón ocupaba en el año de 1868 el cargo de Vicario Foráneo de la iglesia de Riohacha, cuando se propuso fundar una misión con sede en esta población: "cerca de cien años habían transcurrido sin que el culto católico se manifestase en las sabanas de la región Guajira v Sierra Nevada; miles de indios denominados Guajiros unos, Arhuacos y Motilones otros, vagaban por aquellas extensas regiones como ovejas sin pastor en la más brutal gentilidad y .salvajismo" (Valencia 1924: 1). Poner fin a esta situación fue su propósito, y el de su superior eclesiástico, el obispo de Dibona v Vicario Apostólico de Santa Marta, José Romero. Con los "caballeros más distinguidos de la ciudad", Celedón constituye el lo. de enero de 1869 la "Junta de la Misión " inicia inmediatamente un recorrido por el territorio indio de la península para buscar un lugar apropiado en donde comenzar los trabajos de conversión de los nativos. El sitio de "Marauyén", localizado en el camino que de Riohacha conducía a Maracaibo sobre la banda derecha del río Calancala (o Ranchería), fue elegido como el más apropiado. Establecida la fundación, Celedón no pierde el tiempo y comienza a estudiar la lengua de los guajiros (Archivo Diocesano de Santa Marta, tomo III, fols. 68-82, 1869). Dichos estudios serán la base (le su trabajo Gramática, catecismo i vocabulario de la lengua guajira, publicado en París en 1878 como el tomo V (le la Colección de Lingüística Americana (le la que era editor otro colombiano, Ezequiel Uricoechea. Como veremos más adelante, casta obra de Celedón suscitaría años más tarde una agria polémica entre Jorge Isaacs, Miguel Antonio Caro y el propio autor.

De la Guajira salta el diligente sacerdote a la Sierra Nevada y en 1876 1o encontramos reconociendo este último territorio. Su objetivo principal fueron los "arhuacos-kóggabas" de la vertiente norte, aun que también visitó a los "guamakas" de los pueblos de Rosario y Marocasa; a los indios de Atánquez y a los "bíntukua"de San Sebastián de Rábago -de quienes, al notar su esbeltez, anota socarronamente, "cualquiera diría al verlos que no son de la raza rechoncha de los kóggabas" : Comentario que pasa por alto en su poética oda al arhuaco:

"Entonces el Arhuaco, 
Con ademán gracioso se endereza, 
Se estira y despereza; 
Y, previo de áurea coca un dulce taco, 
Que le agloba el carrillo, 
Y del poporo un cáustico sorbillo, 
Cual grave Patriarca, 
A paso lento y firme se encamina, 
Por entre la neblina 
Y el eterno verdor de la comarca, 
Hacia el arroyo o río, 
Do medra, en fértil valle, su plantío. 
¡Qué verde, qué risueño! 
¡Quién al mirarlo no se hará poeta!". 

Los materiales lingüísticos y etnográficos recolectados por Celedón en la Sierra Nevada fueron empleados para la publicación, en 1886, de su Gramática de la lengua Köggaba con vocabularios y catecismos como el tomo X de la misma Colección de Lingüística Americana.

Los trabajos misionales iniciados por el padre Celedón continuaron con muchos problemas y altibajos hasta la década de 1880. En 1886 el obispo Romero de Santa Marta, apoyado por el delegado apostólico en Colombia, monseñor Agnozzi, contacta a los capuchinos de la Provincia de España en solicitud de misioneros para proseguirlos. Seis misioneros capuchinos llegan finalmente a Santa Marta el 7 de enero de 1888 y viajan a Riohacha unos pocos días después. Allí son recibidos por los notables de la población, encabezados por el mismísimo presbítero, quien les transmite su ya larga experiencia. El territorio que les fue asignado por el obispo Romero era muy vasto: toda la península Guajira y los pueblos de San Antonio, Santa Rosa, San Miguel, Marocaso, Rosario, Atánquez, San José y San Sebastián de la Sierra Nevada -los mismos que en 1876 había recorrido Celedón (cf. Valencia 1924:5-29). Se inaugura así la segunda etapa de presencia de los capuchinos en el norte de Colombia. Ya habían acompañado al Maestre de Campo José Fernando de Mier y Guerra en la pacificación de los chimilas de la vertiente occidental de la Sierra Nevada y de las partes planas hacia el sur y el occidente de la antigua Provincia de Santa Marta, durante el siglo XVIII.

En el año de 1884 apareció publicado en la revista Anales de Instrucción Pública el "Estudio sobre las tribus indígenas del Estado del Magdalena, antes Provincia de Santa Marta; cuyo autor, el literato Jorge Isaacs recorrió estas tierras dos años antes como secretario de una fracasada Comisión Científica creada por el Gobierno para continuar con los trabajos de la Comisión Corográfica. El estudio incluye además de descripciones etnográficas de los aborígenes de la Sierra Nevada, la Guajira y el pie de monte y de largas disquisiciones históricas sobre los orígenes de estos pueblos y sobre la empresa española en América, vocabularios y análisis de las gramáticas de las lenguas "businka"(ika), "guamaka"(wiwa o dumuna), chimila, motilón y guajiro. En su trabajo Isaacs critica las investigaciones lingüísticas del padre Celedón sobre el idioma guajiro, que no le inspiran mucha confianza "tanto porque no fueron hechos en el seno mismo de las tribus que hablan este idioma, cuanto porque durante nuestra permanencia entre ellas tuvimos ocasión de notar muchos errores consignados en esa obra [la Gramática del guajiro publicada por Celedón en 1878] (Isaacs(1884) 1951: 74).

La publicación de Isaacs capturó la atención de Miguel Antonio Caro, años más tarde Presidente de la República, quien escribe una violenta diatriba en contra del poeta titulada "El darwinismo y las misiones" en los tomos XII y XIII del Repertorio Colombiano (1887). Caro ante todo cierra filas alrededor del padre Celedón, a quien defiende no sólo como lingüista sino también como misionero: "el que hace la guerra a la religión es enemigo de la patria'; sentencia atronadoramente el señor Caro, Isaacs, nos informa, sólo es un poeta, ni siquiera un novelista de verdad, sin ninguna preparación científica y además carente de "lastre de principios" : En el fondo, lo que en verdad j molesta a Caro es el anticlericalismo de Isaacs, v su materialismo ("un poeta materialista es una antinomia, un imposible'), en una época en la que se daban agrios debates sobre el papel de la iglesia en la vida nacional. El materialismo al que se refiere Caro es, por .supuesto, el darwinismo aceptado por el poeta: "...nosotros, ya que hemos tenido la paciencia de leerle, o de hojearle, no podemos absolutamente tolerar que en los Anales de Instrucción Pública de una nación cristiana, se haya permitido el estampar su adhesión a la teoría de Darwin, precisamente en el punto repugnante de esa teoría, en lo que toca con el Hombre " (Caro en Isaacs 1951: 313).

Pero el señor Caro también era un antisemita. En un pasaje en el que se lamenta del poco éxito de las misiones en la Guajira adelantadas por el obispo Romero -v el presbítero Celedón, escribe: "Entretanto los judíos holandeses de Curazao se han adueñado del comercio de Riohacha, y con esta llave han monopolizado el de la Goajira, explotando a aquellos indígenas sin llevarles a cambio ningún principio de cultura social. ¡Ojalá que los daños que causan esos despiadados traficantes se redujesen a la corrupción del nativo idioma, único perjuicio que deplora el Sr. Isaacs!: (Caro en Isaacs 1951: 354). En verdad que el volumen de este comercio era bastante considerable: según el mismo padre Celedón, entre 1867 y 1868, el comercio de animales, cueros de chivo, cueros de res, dividivi y brasilete por la aduana de Riohacha alcanzó un valor de $ 52.316 y la venta directa de animales en Riohacha y Barrancas llegó a $110.782 (Archivo Diocesano de Santa Marta, tomo III, fols. 68-82, 1869). Ello sin contar con el volumen del contrabando.

Cuando el "Estudio "del señor Isaacs llegó "por una casualidad" a las manos del padre Celedón, el presbítero redactó en 1887 una cuidadosa réplica, también publicada en los Anales de Instrucción Pública. Con un mal disimulado enfado, Celedón se detiene en cada una de las objeciones que su contradictor el poeta presentó a la Gramática de la lengua goajira. Ante la sugerencia de Isaacs de que, para emplear una terminología más cercana, el "trabajo de campo "del padre no llegó hasta la propia "tribu" guajira, éste responde como lo haría un antropólogo de hoy enfrente de similar predicamento: "No queremos negar que tenga el señor Isaacs otros motivos para que no le inspiren confianza nuestros trabajos sobre la lengua goajira; pero respecto del que alega, diremos que si no podemos gloriarnos de permanencia entre las tribus, por lo menos las visitábamos con alguna frecuencia durante nueve años, como es público y notorio en la ciudad de Riohacha; y aun cuando no hubiéramos ido ni una sola vez a la Goajira, casi podríamos decir que entonces vivíamos entre las tribus, puesto que diariamente estábamos rodeados de goajiros que venían a visitarnos... " (Celedón en Isaacs 1951: 366).

La edición original de 1886 de la Gramática de la lengua kög-gaba, de otro lado, consta de varias partes. El texto que en el presente número del Boletín del Museo del Oro se reproduce corresponde a la introducción (pp. iii-xxx del original), a la que sigue la "oda", de la que se han extraído las estrofas incluidas en el presente artículo. Las otras secciones cubren la gramática de la lengua, un "catecismo histórico "en "kóggaba"y castellano, un "catecismo dogmático "también en estos dos idiomas, y un vocabulario castellano-kóggaba.

El padre Celedón escribió la introducción a su Gramática kóggaba siete años después de que anduviera por la Sierra Nevada. Buena parte de ella, indudablemente, está basada en sus memorias y anotaciones de su rápido recorrido por la región y no muestran que el autor hubiese profundizado en la vida, costumbres y creencias de los habitantes nativos, a juzgar por las numerosas imprecisiones y superficialidades que contiene. En particular, resalta el uso ligero de la noción de la "tribu "arhuaca que para él es la suma de los kóggaba, bíntukua, indios de Marocaso y el Rosario y los atanqueros, todos con lenguas más o menos afines, excepto el kóggaba y el bíntukua, que fuera de su sistema de numeración no se parecen entre sí. En cambio, el guamaka y el atanquero contienen bastantes semejanzas entre ellos, lo mismo que los idiomas kóggaba y guamaka, las cuales son atribuibles según Celedón, "al frecuente contacto entre los indios que las hablan" : Vale anotar, sin embargo, que las imprecisiones del presbítero son bien entendibles. Todavía hoy muchos usan el término "arhuaco "como un gentilicio para denominar a todos los aborígenes de la Sierra -no obstante que los ika, o bíntukua de Celedón son más conocidos con este nombre. De otro lado, la cuestión de las afinidades étnicas entre estos grupos está muy ligada a la cuestión de las afinidades lingüísticas entre sus lenguas, hecho éste del cual fue consciente el presbítero. En la actualidad, cien años después de publicada la Gramática köggaba, apenas los lingüistas están en posición de postular parentescos entre las lenguas habladas en la Sierra con base en una mejor comprensión de sus estructuras gramaticales. Según Jon Landaburu, quien lleva años trabajando el problema, el kankuama ("atanquero") y el ika, bastante relacionados, estarían en un extremo de un rango de variación escalonada, el kogi en el otro, con el dumuna (o wiwa) en una posición intermedia, todos ellos compartiendo muchos rasgos estructurales (Landaburu: comunicación personal).

En síntesis final, no cabe ninguna duda que las investigaciones del presbítero Rafael Celedón entre los indígenas del norte colombiano representan una fuente de consulta obligada para aquellos interesados en la antropología y en la lingüística de estos pueblos. No obstante la inocencia y felicidad paradisíacas con las que el misionero idealizó la vida del "arhuaco":

"Y así que de su frente Brota y corre sudor, 

¡ay! que en legado 
Nos vino del pecado, 
Y que en legado irá de gente en gente; 
El poporeo instaura, 
Mientras le enjuga con su aliento el aura. 
O váse a la cascada, 
Que con su ruido al dar de roca en roca. 
Al baño le provoca; 
Y en la corriente rauda y plateada, 
O en el azul remanso, 
Se tiende a disfrutar fresco y descanso. 
¡Qué alegre, qué festivo, 
Rebozándole el gozo por defuera, 
Retorna al que le espera 
Plácido hogar! 'Oh Yali, ved cuál vivo', 
Paréceme que dice; 
`Ved, ¡qué libre de afán! y soy felice' ". 

Introducción A la gramática de la lengua köggaba por el Pbro. Rafael Celedón.

LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA

"Absolutamente aislada de las cadenas andinas por una semicintura de aluviones, y limitada de resto por el mar de las Antillas, la Sierra Nevada de Santa Marta, dice M. Onésimo Reclus, no cubre siquiera la extensión de un departamento francés de los medianos; y sin embargo sus picos helados suben a casi 6,000 metros y tal vez pasan de esa formidable altura. Ningún sólido del globo tan elevado en proporción a la superficie de su pedestal; ninguno, mirado de la base, tan grandioso".

Aislada de los Andes, si bien casi que los toca por el este (pues la Cuesta de Soldado, su extremo oriental, apenas distará dos miriámetros del ramal Andino que va á terminar én la península Goajira), la Sierra Nevada forma por su base una especie de triángulo isósceles, cuyo vértice -La Punta de la Aguja, al norte y dentro el mar- dista como quince miriámetros de los extremos de la base del triángulo que son, por el este la Cuesta de Soldado, y por el sud el Alto de las Minas. Casi en el centro de ese triángulo se levanta, entre otros, el Pico de la Horqueta, acaso á mas de 6,000 metros. En torno á ese Atalaya que anuncia desde lejos al viajero de Ultramar la proximidad de la tierra Colombiana, se asientan varias poblaciones mas ó menos distantes de las faldas del gigante. Mencionaremos á Santa Marta, Riohacha y la Ciénaga que son las principales y que respectivamente están mas ó menos próximas de los tres extremos ya nombrados; también á la Ciénaga, Dibulla y San Juan de Cesar, que ocupando los lados del triángulo, son como las puertas por donde se entra á aquel Edén, perdido hasta ahora para la inmigración, cuando pudiera ser su Tierra Prometida.

Si partiendo de Dibulla, á orillas del mar y del río á que dá ó de que toma nombre, entramos á la casi inexplorada Sierra, nos encontramos con Quebrada Andrea, en donde fracasó la colonia de Sainte Solange acometida por Mr. J. Elías Gauguet. Detengámonos un momento para derramar una lágrima del corazón, una plegaria, sobre las tumbas de Mr. Santiago Gauguet y tres de sus amados hijos, víctimas uno en pos de otro de la fiebre; y luego investiguemos los motivos que dieron en tierra con aquel primer ensayo de colonia que tantos bienes prometía, para quien lo acometió y para el país. En primer lugar, desconocidas para Mr. Gauguet y para los mismos habitantes del país, las condiciones climatéricas de las diferentes alturas de la Sierra, y halagado con la idea de la proximidad de Dibulla para proveerse de lo necesario, escogió una localidad poco á propósito para iniciar los trabajos de su colonia; porque es un estrecho pliegue de terreno casi al pie de la Sierra, expuesto á la variedad de insectos que pululan en la parte baja de ella, y no á cubierto de la influencia de los vientos del mar, tan deletérea para el Europeo no aclimatado. 

Agréguense á esto varias circunstancias, independientes de la voluntad de Mr. Gauguet, que le impidieron su pronto regreso de Europa, para precaver á sus colonos de aquellas causas de mortificación y muerte, con solo haberlos trasladado á San Antonio por una temporada, en donde hubieran podido producir entretanto alguna cosecha de papas, maíz y otros vegetales para el sustento, con poco gasto de tiempo y de dinero; y luego haber bajado á hacer los trabajos formales, no ya en Quebrada Andrea, sino en Santa Clara ó la Cuchilla, que son terrenos á considerable altura, casi libres de plaga, y extensos, llanos y muy fértiles. No dudamos que la constancia de Mr. Gauguet, probada en más de una ardua empresa (como puede verse en su biografía que traducida del francés hemos publicado en la "Caridad" de Bogotá), se sobrepondrá á este primer revés; y cobrando con la experiencia nuevo aliento, llevará á cabo su proyecto de colonia en la Nevada, seguido siquiera de un puñado de padres de familias honrados y laboriosos que nos vengan á enseñar prácticamente como puede extraerse en abundancia, de nuestro terreno virgen y fecundo, el oro de las mieses.

Hemos nombrado á San Antonio. Es éste el primer pueblo que se encuentra al subir á la Nevada por el norte. No se crea que de Sainte Solange á San Antonio se llega de un salto, como lo hemos hecho con el pensamiento, sino en miles, y con grave peligro de irse falda abajo. Sólo en aquellas mulas serranas, que revelan entendimiento más que instinto, pudiera uno salir ileso de entre tantos repechos, laderas, lajas, tragaderos que, gracias á la constante lluvia, se conservan en perfecto estado para resbalar. Con todo, la suavidad y frescura del ambiente, la variedad de flores que enguirnaldan el camino, la corpulencia de las árboles, cuyas ramas se entretejen por encima del viajero formando arcos triunfales ó denso palio de verdura que apenas uno ú otro rayo de sol alcanza á penetrar; la belleza en fin, de los innumerables ríos y arroyos que forman con su ruido, ya tenue, ya violento, un concierto encantador, todo esto hace que se soporte lo malo de lo hecho por el hombre (aquel como camino), y que se sienta corto el tiempo que requiere el largo viaje.

Reclinado en una de las risueñas faldas del Chirúa y teniendo en frente al ceñudo Nanú, cerro que por su forma trae á la memoria las pirámides de Egipto, el pueblo de San Antonio se eleva á 3,700' pies sobre el nivel del mar, con una temperatura primaveral en todo tiempo y una población como de 150 indígenas y algunas docenas de civilizados, mal acomodados en algunas treinta ó cuarenta casitas, varias de ellas de forma circular. En medio del pueblo está la iglesia, en frente de ésta la casa del gobierno, y entre una y otra plantada la tradicional Cruz de la Misión en medio de la plaza, como pidiendo un misionero! La casa del gobierno además de servir para el despacho del Corregidor, hace de escuela, á la que asisten una ó dos docenas de indiecitos, de los cuales hay algunos que saben leer, escribir y contar medianamente, y también rezar, gracias á la disyuntiva en que se encerraron sus padres cuando el gobierno estableció la escuela, y supieron que en ella no había de enseñarse Religión: "O aprenden rezo y letras nuestros hijos, dijeron, ó no aprenden nada; porque letras sin rezo, Arhuaco para qué".

Frente á San Antonio y casi sin mas separación que la del río, se encuentra Pueblo Viejo, que antes fue pueblo ciertamente; pero que ahora es una posesión rural que podemos llamar Quinta-modelo. Es un pequeño valle encerrado entre el río y una colina, dividido en dos tramos, uno para agricultura y otro para cría. Aquél está perfectamente cultivado de plátano, hortalizas, plantas medicinales, flores y caña. En lugar conveniente está el trapiche con sus correspondientes enseres para la molienda. Esta se hace al lento paso de los bueyes 1.; pero no por eso deja de rendir mucho, debido á lo concreto del jugo que dan las cañas de la Sierra. A veinte ó treinta pasos fuera de la labranza está la casa de habitación; y al rededor de ella se ven pastando dulce grama cuatro ó seis becerros; picando las gallinas con sus parvas de polluelos; armando alas y cola los pavos con orgullo; y en el perenne manantial que brota del pie de la colina, aleteando y bañándose los patos; y más abajo, en las pocetas, epicúreamente tendidas las marranas, mientras se divierte hozando ó retozando la piara de lechones. Ni falta allí el caballo; que á la sombra de un guayabo se ve el de silla despuntando el cogollo de la caña cortada para la molienda. ¿Y dentro de la casa? Se ve á sus dueños, -una anciana y una joven-, y casi siempre á más de un huésped; por que las puertas de ese hogar, en donde alberga la virtud, están siempre abiertas para acoger al peregrino. Aquellas dos mujeres, madre é hija, han hecho con sus propias manos manejando la pala y el machete, casi todo el trabajo que se ve allí al parecer de manos de hombre. Lo que han hecho estas laboriosas mujeres en la Nevada, da una idea de lo que podrían hacer hombres laboriosos en aquella tierra de bendición que convida á trabajar.

A partir de Pueblo Viejo, y á tres horas de andar, á manera de las olas, en un continuo sube y baja, se divisan como una bandada de torcazas, sobre un pequeño y verde llano rodeado de altos cerros, las bien alineadas casas del pueblecito Santa Rosa. Todas ellas son de un mismo porte y forma, con excepción de la iglesia que sobresale con su graciosa torre, dejando ver por debajo de su parduzco techo, la blancura de sus muros. Este pueblo, al norte de San Antonio y elevado á 3,500 pies, fue fundado en 1875 por las indígenas de Palomino, cansados de sufrir la presión que sobre ellos ejercían las autoridades de San Miguel, de donde eran vecinos. No alcanzaban á ser veinticinco padres de familias, y no obstante no haber cura, y tener que hacer sus casas, fabricaron la iglesia y reunieron quinientos pesos en dinero con que se compraron los diferentes objetos necesarios para el culto, entre otros, la imagen de la primera Santa Americana que les sirve de Patrona, cuya primera festividad me tocó en suerte celebrar. Justo es consignar aquí el nombre de Narciso Nolabita que, al frente de aquel pequeño número de indígenas, y con una energía de voluntad adecuada á la ardua empresa, la llevó á cabo en poco tiempo. De los labios de este noble indígena recogí los primeros elementos de la lengua que sirve de materia á este imperfecto ensayo.

De Santa Rosa á San Miguel que está al oeste y formando triángulo con aquel pueblo y San Antonio, habrá cuatro ó cinco horas de camino; pero ascendiendo siempre hasta llegar á la altura de 5,700 pies, después de haber pasado por el caserío de Santa Cruz, rodeado de plantaciones de caña con sus respectivos trapiches que alborotan los ecos de aquella soledad con sus lastimeros quejidos, gracias á lo mal ajustado de sus piezas. Aquí nos detuvimos un momento para dar oídos á un indiecito que se nos acercó diciéndonos lloroso: "Mi mama se va á ahorcar"-"Vamos á su casa para evitarlo", le respondimos, y ya en ella nos informó la india de lo que había pasado. El día anterior, estando ella con su hijo recién nacido en los brazos, cayó un rayo. y notó que inmediatamente se le quedó dormido el niño: acomódalo en el chinchorro hasta la mañana siguiente que lo encontró muerto con muchas pintitas negras en el cuerpo, por lo que creía que lo habían matado las cucarachas, y como su marido, que estaba ausente, era de recia condición, temía que al regreso la matara por su descuido, y antes que esto sucediera había resuelto ahorcarse. Hícele comprender lo malo de su intento; que ahorcándose no iría al cielo sino á parar á los infiernos para ser atormentada por el diablo eternamente; que la muerte de su hijo la había causado el rayo y no las cucarachas; que se conformara con la voluntad de Dios que le había quitado á su hijo para llevarlo al cielo; y por fin, que yo dejaría encargado á Barliza, padre de su esposo, para que le explicara el acontecimiento en que ella no había tenido culpa alguna. Tranquilizada con estas reflexiones, ofreció no suicidarse.

Hablando de los habitantes de esta Sierra dice D. José Nicolás de la Rosa en su Floresta: "Tienen estos indios por muerte honrosa ahorcarse, y para hacerlo no necesitan de otro motivo que perder la esperanza de sanidad el que se halla enfermo; y el modo de ahorcarse el Aurohuaco es particular, pues no se cuelga, sino que puesto al cuello un dogal delgado, tomado por el seno, se sienta en una piedra, y luego ata las dos puntas, una á cada pie, y haciendo igualmente fuerza con ellos, aprieta el lazo, y consigue la muerte por sus pies, como algunos entre nosotros por sus manos. Y si el indio enfermo, ó la india, no tuyo valor para ahorcarse, y le consideran los demás sin esperanzas de vida; luego que está inmóvil, ó en agonía, lo entierran semivivo, para que yaya á descansar, porque instruidos del demonio, tienen creído que pasa luego que muere á sentarse al nacimiento del sol, y así no dicen ellos: "Ya fulano murió sino ya caminó, esto es, ya fue á sentarse al oriente":

Colocado San Miguel en el estrecho recodo de una loma, frente á un majestuoso cerro que le oculta el sol hasta las nueve de la mañana (como se lo oculta desde las cuatro, por la tarde, la loma en cuya falda se reclina), carece este pueblo de bellas perspectivas. Mucha lluvia, sol muy, rara vez, luna casi nunca, estrellas menos, neblina casi siempre, y una abundancia de alacranes tal, que raro será el vecino ó transeúnte que no les deba algún recuerdo doloroso, he aquí lo que hace que, hoy por hoy, no haya en San Miguel un solo civilizado de vecino. Entre los 150 indígenas, poco más o menos, que habitan este pueblo, sobresale por su edad y su saber el célebre Fiscal, cuyo nombre de pila se ha hecho innecesario con aquel dictado antonomástico. El Fiscal sabe ayudar a misa, y para ayudarla se despoja del ordinario vestido, se calza unos antiquísimos zapatos que, según dice él, fueron regalo de un I Prelado, y se ajusta á las espaldas una especie de casaca, coetánea probablemente del calzado, sobre la cual tiende la poblada melena que, hasta la fecha en que la vimos, no acusaba vejez con una cana. Deseoso el Fiscal de aumentar sus conocimientos hizo ex profeso un viaje á Santa Marta, en donde aprendió ¡quién lo creyera á no contarlo él mismo! á pesar, en peso de cruz, arroz y otras menudencias y á medir aceite, con pesa y medida que trajo de su largo y laborioso viaje.

Los tres pueblos que hemos mencionado encierran la población indígena que ocupa la banda septentrional de la Nevada. Estos los Köggabas que hablan la lengua, materia de este libro. Estos, en nuestro concepto, los más antiguos habitantes de toda la Nevada, de los cuales se originan los que habitan en la banda austro-oriental. Por lo que hace á la antigüedad de los tres pueblos, sabemos que Santa Rosa apenas cuenta de existencia lo que va de 1875 para acá; que á San Miguel lo formaron en el siglo pasado los indígenas que habitaban en el pueblo de San Pedro, que fue donde hoy se llama Pueblo Viejo de que hace poco hemos hablado. Esta es tradición conservada entre los indios, y la atestigua la imagen de San Pedro que se conserva en la iglesia de San Miguel al lado de la de este Santo Arcángel. ¿Y cómo la atestigua? Con su presencia en la iglesia de un pueblo en donde no es Patrono. Observase que en cada iglesia de la Sierra no hay sino la imagen del Patrono; la de San Pedro está en la iglesia de San Miguel sin ser Patrono; luego lo fue de otro pueblo, pero de otro pueblo habitado por los ascendientes de quienes la han conservado en su iglesia al lado del Patrono. 

Dedúcese además que el pueblo de San Miguel no es anterior á 1741 por que en ese año escribió su Floresta D. José Nicolás de la Rosa, y en ella, hablando de las parroquias dependientes de Río hacha, dice: "La parroquia del pueblo de San Pedro, en la Sierra Nevada; de nación Aurohuacos;"y en seguida: "La parroquia del pueblo de San Antonio del Yucal, en la misma Sierra", sin que nombre allí ni en otra parte á San Miguel; por lo tanto no existía este pueblo en la fecha que hemos mencionado.

Que los Köggabas fueron los primeros moradores de la Nevada se deduce de la prioridad de origen que á éstos conceden los demás indígenas de los pueblos de que aun no hemos hablado, y de datos que hemos recogido de los labios de Don Félix Daza, indígena que habita en Sulibata, y que es el Mama principal, ó como si dijéramos, el Pontífice Máximo de toda la Nevada. Según él, todos los indígenas traen su origen de cuatro familias que habitaron en cuatro diferentes lugares de la Sierra y entre quienes pone cuatro personajes que son: Seraéra, conocedor de plantas, es decir, naturalista, quien habitó en Chirúa con la familia Zallabata; Dejanamoró, capitán ó militar, radicado en Makotama, con la familia Nolabita; San Luis Beltrán que habitó en donde hoy es San Miguel con los ascendientes del informante Mama, y Parterno, sacristán, que vivió en Takina, entre la familia Nakaogui. Antes hemos visto que Chirúa es un cerro cerca de San Antonio; y cuanto á Takina y Makotama (11,000 pies) son dos lugares de descanso entre San Miguel y la perpetua nieve. Que San Luis Beltrán estuvo en el lugar que hoy ocupa San Miguel lo prueba la cueva que hay allí con nombre de aquel santo misionero, en donde dicen se retiraba á orar. Es una gran piedra que, arqueada por debajo, se asienta sobre otra piedra plana que le sirve de pavimento. 

Puede la cueva dar cabida á más de veinticinco personas con holgura. Allí cada viajero que la visita deja alguna inscripción como recuerdo. AI lado de la cueva corre un bellísimo arroyuelo que desciende por una inmensa laja donde dicen están estampadas las huellas de San Luis, pero no son sino pequeños huecos formados tal vez por pedrezuelas que encontrarían obstáculo para seguir rodando á impulso de la corriente. Cuanto á Seraéra, Dejanamoró y Parterno, debieron de ser españoles cuyos nombres han perdido su verdadera pronunciación en boca de los indígenas. Estos mismos nombres que hemos escrito con ere, porque el Mama de quien los hemos oído habla en Guamaka (lengua que tiene aquel sonido,) serían Sellaélla, Dehanamolló y Paltelnoen los labios de un Köggaba que no tiene en su idioma aquella letra como inicial de sílaba, ni puede siquiera pronunciarla.

Aunque en la Sierra Nevada se hablan cuatro lenguas diferentes, basta conocer un pueblo para conocerlos todos por lo que hace á tipo, hábitos y costumbres. El Arhuaco (que tal es el nombre genérico que damos á todos los indígenas de la Nevada), es por lo regular pequeño, y aunque casi nunca obeso, regordete; de facciones toscas, ojos negros y un tanto oblicuos tirando á los del chino; tez del color de la cáscara del níspero, pelo liso y largo, tendido por la espalda; escasa barba en los que llegan á tenerla; repantigado y de andar pausado v con cierto contoneo que le da un airecillo entre señoril y afeminado. Viste calzón y una túnica, especie de dalmática, tejidos de algodón por él mismo; y, colgadas de los hombros, cruzando espalda y pecho, cuando menos dos mochilas de variados colores, tejidas por la esposa, en donde guarda el hayo, el ambiro y el poporo que le sirven para entretenerse en la mayor parte del tiempo y para saludar cuando encuentra algún amigo. Consiste el mutuo saludo en franquear las mochilas para que el saludado tome un puñado de hayo, y de ambiro una dedada, haciendo él á su vez la misma ceremonia.

La mujer es pequeña, regularmente desairada, no tanto por las gracias que le ha negado la naturaleza, sino por lo ridículo del vestido. Es éste una estrecha manta que la aforra de los hombros á la pantorrilla, ceñida á la cintura por una gruesa y ancha faja, cuyos cordones con borlas le cuelgan hasta las rodillas. Al contrario del repantigado arhuaco, la mujer anda siempre inclinada hacia adelante, gracias al peso de la mochila que, colgada de la cabeza, gravita constantemente sobre sus espaldas, llena de frutos de la roza en las de la soltera; y en las de la casada, con el fruto de su vientre, pues cargan á sus hijos á la espalda enmochilados.

Cada familia habita en doble casa, una en frente de otra, con una piedra grande en medio, que sirve como de línea divisoria entre la habitación del hombre y la de la mujer, y al mismo tiempo para sustentar la totuma que con la comida pone allí la esposa para que la tome su marido; pues ni éste puede recibir nada de aquella, ni ésta de aquél sino pasando la cosa por el suelo. Esta separación de los sexos se observa también en la iglesia y en los bailes: en aquella se colocan los varones al lado del Evangelio y las mujeres al opuesto ó de la Epístola: en los bailes de hombres, van estos en círculo tomados de las manos, batiendo con los pies a un lado y otro, al son de dos monótonos carrizos (uno macho y otro hembra, éste que hace el primo, aquél el dúo), y al compás de la maraca que gira sin cesar en la diestra del músico que modula el macho. Indefinible es la impresión que produce en el alma la suave y concertada voz de aquellos rústicos instrumentos en la noche, y más si está lloviendo: no es tristeza ni alegría, sino un algo de una y otra que si tiene nombre lo ignoramos. 

En el baile de mujeres anda cada una suelta y por su lado, dando saltitos admirablemente desairados, al son de un tamboril que va tocando la mas vieja, al propio tiempo que, como las otras, baila y canta. De vez en cuando, y á manera de cometa sin órbita segura, se presenta un bailador sui generis, que marchando á paso redoblado y al son del tambor que él mismo va tocando, ora rompe acá la rueda de los hombres, ora pasa allá atropellando á las mujeres, y sigue imperturbable su derrota con estoica gravedad, para volver mas tarde, cuando menos se le espere, á reproducir la ruptura y dispersión en los dos campos.

Tienen los hombres otro baile que efectúan en ciertos tiempos, principalmente en la nueva luna de Enero, en una casa redonda fuera de la población. Casa y baile llevan un mismo nombre, tanto en castellano como en Köggaba: en éste se llaman Nuchei, y en castellano, no sé por qué, Cansamaría. Para este baile, que es una de sus mayores y más arraigadas supersticiones, tienen vestidos á propósito: birretes emplumados, máscaras y adornos de oro y cornerinas. Antiguamente los Mamas se horadaban las narices para colgarse en ellas pesadas narigueras de oro. Hasta hace poco conservé una que pesaba siete castellanos, y tan admirablemente conservada, que no ha perdido una sola de las delgadísimas patitas de los sapos y aves acuáticas que le adornan la parte superior.

En ciertos días, y principalmente cuando tienen que tratar algún asunto grave, se reúnen los hombres en cabildo por la noche, sea en la casa del Mama, sea en la de algún indio importante, y allí, con los pies casi metidos en la hoguera que hay en medio, y reclinado el Mama en su chinchorro, se pasan toda la noche chupando poporo y conversando. Llaman duláshi á esta conversación nocturna, á diferencia de la del día que lleva el nombre de Zokuáshi. Los Mamas son ciertos individuos que no han probado sal en toda su vida y que hacen á la vez de sacerdotes y de médicos. Como Esculapios efectúan sus curaciones majando cuentas de vidrio y pedrezuelas cuyo polvo envuelven en hojas de mazorca, ó bien inspeccionando á solas, lejos del enfermo y con científica gravedad, bien una cornerina, bien un pedazo de cristal que, echado en el fondo de una totuma llena de agua, ha de diagnosticar, según parece, y sugerir al Mama lo que ha de recetar. Pero no solo cura; que también suele enfermar, pues con su ciencia puede introducir (valga su dicho) en las entrañas de cualquier prójimo á quien quiere perjudicar, arañas, ranas, lagartijas, y también hacérselas echar. 

Hubo ahora años un Mama que pretendía sangrar desde cualquier distancia á una persona ausente con solo chuparse su propio brazo en el lagarto. ¡Admirable sanguijuela! En su carácter de ministro, el Mama rebautiza, recasa y oye en confesión, Digo rebautiza y recasa, porque luego que es bautizado algún niño según los ritos de la iglesia, lo llevan al río, y allí lo lava el Mama, no sé si para quitarle el bautismo ó para complementarlo; y después de efectuado un matrimonio, toca al Mama unir de nuevo á los consortes. Difícil sería averiguar si estas prácticas supersticiosas sean una sacrílega imitación de los Santos Sacramentos, ó si hayan sido anteriores á la introducción del cristianismo en la Nevada.

Entre todos los Mamas tiene la preeminencia el que reside en Sulibaka, y que hoy se llama como se llamó su padrino (inclusive el nobiliario Don), Don Félix Daza. Este es, como hemos dicho antes, una especie de Pontífice Máximo á quien hay obligación de visitar de tiempo en tiempo, llevándole ofrendas de pescado, carne, papas y otros comestibles, y con quien hay que hacer confesión general cuando las circunstancias lo permiten.

El Arhuaco es naturalmente religioso, pero la falta de misioneros hace que esa laudable inclinación degenere en una superstición que se extiende á todos los actos de su vida. Hoy existen en la Nevada siete pueblos con iglesias y sólo hay un sacerdote, el cura del Rosario. ¿Y por qué no hay sino uno? Porque hay muy pocos sacerdotes en la Diócesis de Santa Marta; tán pocos, que no alcanzan para las parroquias de civilizados. Hay pocos que quieran ordenarse, y de estos pocos los más no tienen como hacer frente á sus indispensables gastos para entrar en el incipiente Seminario Conciliar; y éste, pobre también, no puede sostener sino un reducido número de ordenandos con sus escasos fondos. Un medio fácil se ofrece para que dentro de algunos años haya misioneros tanto en la Nevada como en la Goajira: que el Gobierno Nacional, á cuyo cargo están ambos territorios, diera oídos al Memorial que le ha elevado el ultimo Señor Obispo de Santa Marta, Dr. José Romero, en el cual se le propone que costee en el Seminario á algunos jóvenes indígenas de la Goajira y la Nevada. Estos saldrían ó sacerdotes misioneros, si vocación tuvieran para ello, ó siquiera hombres instruidos y religiosos que pudieran difundir en sus respectivos territorios las luces que hubieran adquirido.

Ya que hemos nombrado al Goajiro y al Arhuaco no estará de más un ligero paralelo entre esas dos razas de indígenas que ocupan las dos más bellas porciones del Estado del Magdalena. El Goajiro, vestido á la lijera de la cintura á la rodilla con vistosa manta y faja, tejidas por las manos de su esposa, y con una á manera de corona - la Tekiára- adordanada de plumas, colmillos de caimán y uñas de fieras en la frente, es nómade y pastor en sus abiertas pampas. El Arhuaco, pesadamente vestido cual se ha dicho, y con su sombrero de alta copa y ala grande, tejido por él mismo, es sedentario y agricultor entre los verdes pliegues de sus excelsos montes: ambos con una buena dosis de indolencia para lo que es trabajo; pero indómito aquél, y tan amigo de su libertad é independencia, que hasta ahora no ha doblado la cerviz ante el yugo de la ley; mientras que el Arhuaco es sumiso hasta la abyección, y amigo de la paz á toda costa. En la Goajira no falta nunca alguna guerra entre las parcialidades, y nunca, jamás ha habido guerra en la Nevada. Rara vez se verá al Goajiro sin sus armas en la mano, símbolo de su carácter belicoso; y más rara, si cabe, las manos del Arhuaco sin que estén manejando, con un dejo y donaire para vistos, el pulillo del poporo, que simboliza su índole pacífica. En cambio es proverbial lo hospitalario del Goajiro, y no menos proverbial lo inhospitalario del Arhuaco. Cobarde éste y valeroso aquél, cuando llegan á encontrarse se estremecen ambos, no de amor sino de miedo: tiembla el Kóggaba á la vista de aquel carcax repleto de emponzoñadas rayas; y el Goajiro al ver aquella mochila de donde puede salir un sapo ú otra sabandija para alojarse en sus entrañas: De aquí la desabrida y tímida afabilidad con que se tratan; con que se tratan, digo, y no con que se hablan; porque á no saber ambos algo de español, no pasa la entrevista de una curiosa pantomima. En tal lance son armas vedadas sus respectivos idiomas, pues en nada se parecen sino en lo que les falta, como es el carecer del verbo Ser. Nas mi pebo (Yo tu amigo) sin el verbo, dice el Arhuaco entre dientes al Goajiro; y éste á aquél: Pu tanajute taya (Tu amigo yo), también sin verbo, y sin aquella arrogancia de que hace alarde en otras ocasiones. 

No nos parece inoportuno hacer notar aquí que la lengua Goajira carece absolutamente de b,1 y que son muy frecuentes en ella la p y la ere; mientras que en la Kóggaba son muy usadas las dos primeras letras, y pronunciadas con la mayor blandura, en tanto que las dos últimas se encuentran empleadas rara vez. Difícil, por no decir imposible, es hacer que un Goajiro pronuncie una 1 en palabra castellana; siempre la convierte en ere; y no menos difícil que un Köggaba pronuncie una erre ó siquiera ere inicial de sílaba, pues la transforma en Lana, por ejemplo, se vuelve jrána en boca del Goajiro; y Rana, se trueca en lána en la del Kóggaba. La s de la lengua goajira es casi siempre fuerte, como el soplo de la impetuosa brisa que en la mayor parte del año azota á la península Goajira; mientras que la s de la lengua Kbggaba es sumamente suave, como el aura que suspira entre las cañadas perennemente verdes de la Sierra. Zuzabánka (pronunciada muy suavemente la z como en gazon del francés), dice el Kbggaba al contemplar el arco iris suspendido por la tarde entre dos cerros, como una puerta que da al cielo; y Kassipóroin (pronunciada la doble ss fuertemente), dice el Goajiro al verlo en la mañana brillando sobre el mar. ¿Acaso provendrá esa oposición de suavidad y fortaleza en los sonidos del lenguaje, en parte por lo menos, del opuesto carácter de estas tribus; y la diferencia de carácter del terreno y atmósfera en que viven?

Partiendo de San Antonio hacia el oriente, y trasmontando el Plateado (cerro que toma nombre de su argentado aspecto), y un laberinto de ramales, como lo hicimos en 1876, se cae en la parte de la Nevada donde, á distancias casi iguales y de norte á sud, se encuentran los tres pueblos de indígenas -Marocasa, Rosario y Atánquez- que tienen su natural entrada por San Juan de Cesar, distante de ellos respectivamente 4, 2 y 3 miriámetros.

1. Por lo que hace á alturas, nos referimos á Mr. Simons, naturalista inglés.

2. El Gobierno Nacional ha dado oídos á la petición y hace ya dos años que costea en el Seminario la escuela de indígenas, formada de un joven Goajiro y cuatro Arhuacos.





Historia del Liceo Celedón

La Asamblea Departamental del Magdalena expidió una ordenanza en 1903, autorizando su creación, la cual fue concretizada al reglamentarse por medio del decreto 118 del 24 de noviembre de 1905, sancionado por el entonces gobernador doctor Rafael de Armas.

Su nombre Liceo Celedón fue instituido en honor a la memoria del obispo Rafael Celedón, quien murió en 1902, después de dejar una huella imborrable como prelado religioso y como poeta escritor, antropólogo, filosofo, juristas, filólogo, historiador, lingüística, matemático, gramático y miembro de la academia colombiana de la lengua y rector del seminario San José de Santa Marta.

El 17 de diciembre de 1993 fueron declaradas sus instalaciones Monumento Nacional, por medio del decreto nacional 2529. 





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marzo 07, 2016

LA HAMACA Y SIMÓN BOLÍVAR



El primer registro escrito sobre la hamaca proviene de los diarios de Cristóbal Colón y data del miércoles 17 de octubre de 1492. Ese día el descubridor del continente americano visitó una isla en las Antillas, donde encontró que las camas eran como redes de algodón.

La hamaca jugó un papel fundamental en la vida de Simón Bolívar, ya que mecido en ella, urdió durante años las guerras de independencia. El Libertador tenía la particularidad de mecerse en su hamaca a gran velocidad, y meciéndose dictaba proclamas, discursos, decretos, hasta silbaba y tatarareaba. Allí descansaba mientras diseñaba las estrategias de guerra, y muchos de sus romances surgieron y se consolidaron en una hamaca.

De los 22 atentados de sus enemigos, en 3 ocasiones la hamaca le salvó la vida. Como tenía la costumbre de dormir en hamaca, le dispararon y apuñalearon varias veces, con la fortuna de no encontrase ese momento en ella.

En 1830, cuando llegó a la Quinta San Pedro Alejandrino de Santa Marta, la señora Isabel Rovira y Dávila, esposa de Don Joaquín de Mier, le ofreció su lujosa cama Luis XV enchapada en bronce y plata con adornos de vidrio Bacarat, para que estuviera a gusto, pero él rechazó el ofrecimiento y pidió una hamaca. Prefirió una hamaca colgada en los árboles milenarios de tamarindos y samanes frente la edificación principal de la hacienda.

De Raúl Ospino Rangel.

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